Sin Tema



Sin Tema 

 

 

Miro a través de la ventana, está lloviendo. Llueve en mi Corazón, en mi mente, en mi alma.  Llueve en las montañas, en el desierto, en la ciudad. Mi camino se encuentra todo empapado de lágrimas.  

 

Mi propia sed está llena de memorias huecas. Las nubes filtran mi cuerpo. Me siento como el aire, yendo sur, norte, este, oeste, y ahora aquí, en los Estados Unidos. Rodeada de gente incapaz de entender por qué soy de esta manera…una persona con suerte, con vida. 

 

 Una mujer que carga despedidas y muertes. Desde la infancia recuerdo escondiéndome de mi madre, llorando asustada por el fin del mundo. No quería que me preguntara el porqué de mis lágrimas. Tendría que haberle respondido – ¿Para qué nací? Ofendiendo.  

 

Fue cuando decidí no tener hijos que lloraran ocultándose de mí. Por eso, ni siquiera jugué con muñecas. Tendría como nueve o diez años, con una familia destrozada, discutiendo sobre propiedades. Desde entonces, continúo encerrándome, creando un mundo salvaje y feliz. 

 

No hablé con nadie hasta los 19, cuando casé en forma tradicional con José Sauceda Hurtado. Mandamos hacer las típicas argollas matrimoniales con pedacitos de oro que nuestros familiares obsequiaran gustosos.  

 

José siempre trabajó en el mismo lugar. A las afueras de la ciudad pesando vacas. Un hombre guapo, diez años mayor que yo. Él me inscribió en la escuela para docentes.  Siempre, comió las mismas cinco tortillas de harina recién hechas en la mañanay en la tarde. Cuando regresaba de su trabajo se sentaba a comer quitándose el anillo para dejarlo rebotar sobre el suelo: “Me gusta cómo suena”, decía al cachar y, se lo volvía a poner. En el guardarropa siempre colgados dos pantalones vaqueros, cuatro camisas claras, y todos sus recibos de sueldo en una bolsa de plástico. José nació para vivir corto. 

 

Me explicó que todos en la sociedad tenemos una línea a seguir: “Mira Martha esta línea” - dibujaba con su dedo en la arena: “Algunos se van un poquito para la izquierda; un poquito para la derecha, o zigzagueante, pero tú vas muy lejos de la línea”. 

 

Un día, corriendo cual niños por las calles, yo pude frenar al llegar a la esquina, pero él, no. El tráfico iba terriblemente lento. Por eso, la camioneta le rozó suavemente el estómago. Tengo fija en la mente esa cara asustada. Me imagino que fue la misma que puso antes de que lo aplastaran contra la pared.  Esperaba el camión de regreso a casa, cuando su cuerpo fue completamente prensado por un alcohólico desconocido al volante. 

 

En el sepelio, pregunté por la argolla matrimonial. La cuñada de José argumentó disgustada que ella se lo quedaría. “Lo único que yo deseaba era saber su paradero” -agregue. 

 

El mismo día que lo enterramos, me lancé al refugio de las montañas. Quería convertirme en ermita. Caminé, caminé y, caminé hasta descubrir entes por doquier.  Indígenas humildes, pobres, abusados, olvidados.  

 

No soy ermita porque tenía que ayudarlos a luchar por sus derechos. Me convertí en parte de la comunidad, y ellos se convirtieron en parte de mi vida.  Luchamos contra la explotación inconsciente de árboles; problemas de la tenencia tierras que habían sido posesionadas a la brava, por “mestizos” o sea, los mezclados como yo.     

 

 El huichol me adoptó, pero el mestizo busco ocasiones para eliminarme.  Una noche mientras dormía, me golpearon en la cabeza con una pistola cuarenta y cinco. Se la arrebaté, y entre sombras, lo golpeé en el hombro. El mestizo gritó encabritado: “Ahora voy por una automática”.  

 

En ese entonces, los indígenas nativos de “Wautea no tenían luz, ni caminos, ni beneficios, ni dinero. El treinta por ciento hablaba mal español, y los que iban en busca de mejor   suerte a las ciudades grandes, no regresaban a la comunidad o, solo de visita 

 

Los ayudé a coordinarse con instituciones gubernamentales, y otras entidades. Estuve cinco años lejos de la civilización, hasta que mi padre pidió ayuda por teléfono en la ciudad. Me dieron el papel: “Trabajo como burro, y me encuentro sin un cinco.”  

 

Inadaptada al ambiente de ciudad. Tuve que actualizar mi profesión docente. Al mismo tiempo, estudiar contabilidad para encontrar la fuga del dinero. Un cambio drástico: de una comunidad donde no se usa dinero, a un negocio familiar con problemas financieros. 

 

Mis dos hermanos y hermana, reaccionaron con amenazas.  Me lastimaron al ponerse nerviosos, pero mi padre dijo que ellos podían agarrar lo que fuera. Entonces, a la sombra de sus desprecios e ignorancia, continué investigando y estudiando el desfalco. Habían confiado al contador los libros de la empresa sin checarlos, sin saber siquiera de su existencia.    

 

El contador acostumbraba pedir dinero para hacer pagos de impuestos. Las industrias mexicanas deben realizar tres veces al año su pago.    El contador pretendía pagar mensualmente. Tres años la pase evaluando la situación económica hasta establecer la denuncia legal en contra del contador Félix Muro.  Fue a la cárcel, y pagó parte de la cantidad robada. 

 

Estuve trabajando y estudiando bien duro.  Me convertí en accionista mayoritaria. Comencé a construir la nueva nave industrial fuera del centro de la ciudad, donde ya se contaba con el espacio 

 

El negocio no estaba más en quiebra. Los celos de mis hermanos y hermana, me pusieron entre la espada y la pared: “Podemos  desaparecer todo en seis- el contador fue el portavoz de esta noticia. Me pidieron que renunciara.  Imaginaron que iba a pelear. ¡Lloré!, sin embargo, yo no peleo por dinero, yo no peleo con mi sangre.  

 

Al finalizar 1999, convoque a junta en presencia del notario, el nuevo contador, y la familia. No podían creer que entregaba todo en orden. Nadie trató de detenerme, ni siquiera mi padre... no me necesitaban más. 

 

Mi hermano mayor me preguntó si estaba huyendo de algo o de alguien. Suponía que había matado o que me había envuelto en problemas de narcotráfico. La cuestión es que nadie deja tan excelente posición de trabajo así de fácil.  “Tengo una oportunidad en los Estados Unidos”, - Replique. 

 

No era cierto. Primero, fui a California por una semana, y no me gusto. Después, fui a Nuevo México por tres meses, y ahora en Houston, donde ya casi cumplo cinco años.  Adaptándome a la vida americana, a los huracanes que cruzan mi mente, y a los relámpagos de la emoción… Qué bueno que José me inscribió en la escuela para docentes. 

  

Suspiro. Saboreo las vacaciones de verano mientras las memorias caen por las ventanas: fenómenos que atrapan los años.  

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