Ojo de Dios


                                                              “OJO DE DIOS

    Siempre he creído que las almas son los ojos por donde pasan los rayos de luz. Si el corazón está inquieto, imposible es que la aguja luminosa enlace en la tranquilidad y circunstancias lancen a un duelo donde respondo con más ceguera que entusiasmo. Situaciones como la brujería, nada nuevo para mi, pero, una vez me atraparon.
    De un programa de solidaridad brinqué a transportar a un grupo de 18 huicholes desconocidos, a un lugar sagrado llamado Wirikuta, mejor conocido como cerro quemado. 
    Una energía extraña me empujó sin temor al peligro: manejando, madrugando, caminando, escuchando. Días antes, algo me impulsó a ayunar e imitar a los compañeros  de viaje, especialmente a Juan Reja, un mara’akame que me tomó cariño al grado de intervenir cuando algún cretino se imponía ante mi. Sus secretos no los delataré mas, solo ellos para bajar las nubes, venerar el fuego, dar amor a sus hijos, soltar la pasión a rienda suelta.
    Peregrinamos sin percances. De regreso, el trabajo ni los problemas cesaron. Conseguí conejos, cursos forestales, periodicazos, orquídeas.
     De receso a casa: mi esposo muere; hace cortocircuito el sistema; me parten la confianza; mis mejores plantas secan; festejan a lo grande mi cumpleaños; me presento al lugar donde mi padre está sucediendo terrible accidente…once operaciones y la negligencia de los doctores, que si no me inscribo en la universidad como recurso de discernimiento: - !trueno!
    Meses de profundo llanto; entregas fugaces; hilos perdidos; mentiras y venganzas. Cada vez, más retirada de poseer la daga divina. Si hubiera perdido la fe, me hubiera tragado la aspiradora del sueño; hubiera caído mi sangre fría en brazos del enemigo pero, mi padre sonrió y tuve la visión…una araña enredaba mi telar, estaba atrapada entre el sol y el fuego. A Juan Reja no le concedieron encontrarme, -murió, justo un año después del accidente de mi padre. Con lo necesario para ofrendas, me dirigí al kaliwey de Tierra Morada en busca del cuidador del sol para que me liberara:
    -!Pues ahorita estoy pizcando. No tengo tiempo. Que me espere a cuando pueda! –avisó. Le picó un alacrán. Me sentí apenada, la flecha del sol es un diamante.
    Le expliqué lo acaecido en mi desgracia. El fuego recogió mis pensamientos y en sueños, los patrones me presentaron en wirikuta, donde la camioneta roja de Tierra Morada daba vuelta en el pretérito.
    Manuel, de Tierra Azul, dijo haberme visto con el cuidador del sol, donde los santos y, expreso:
    -el mal vuelve a veces, con más intensidad.
    -!Cúrame tu! –propuse.
    -Hablar en el sueño con los responsables es peligroso. –Se despidió.
    Volvía a casa cuando de pronto, me quiebran un cascarón de carnaval. Era O’takame, con un ojo de dios en la mano. Me llevo corriendo hasta un lago para rezarle a sus santos, y en los pétalos de una flor, me dio a beber la salvación.
    Me presento a Tepu, otro mara’akame de faz amistosa quien sonriera al comparar nuestros nombres:
    -Yo me llamo Planta flores y tu, las cargas. –Procedió a ver nuestros encajes. A O’takame le extrajo un bicho que le impedía escribir, y a mi una flecha blanca del cuello:
    -La flecha es de Wirikuta, traes cara de peyote. Habrán de ir a donde nació el sol, a llevar dos jikuris, y untarles ahí la raíz amarilla del desierto.
    Ayunamos por semanas sal, agua y cuerpo. Aprendí a preparar entre otras ofrendas mi ojo de dios, a representar la visión, hasta que una madrugada partimos a cumplir la manda.
    Piedras gigantes al anhelo de caricias acuíferas. Lagartijas y sapos a la diana de nuestros pasos. Arcoiris de sudor brindaba un camino de barrancos, cuando de pronto, bostezo una montaña, iluminando huellas y huellas de innumerables generaciones, llevando plegarias, puliendo el costumbre.
    El cementerio de los venados!, lugar donde los hombres se convierten en lobos, la arena moldeada en santos, los remolinos en rezos y el sol, se refleja en mi cara: lo único que me había faltado hacer cuando fui con aquel grupo a wirikuta: delinear la raíz color sol en la piel de mi faz… Fui liberada.
    Con júbilo nos apresuramos a llegar a tierra blanca para hartarnos de agua y ciruelos con sal. Alcanzamos hasta para llevar a Tierra Azul, donde festejaríamos en honor a la vieja de la lluvia. 
    Manuel, al escuchar respecto a Tepu, opino:
    -Buena consulta, ahora que tienes a O’takame, cumplirás con el costumbre con cuidado.
    -Inevitable, -interrumpió O’takame, y el interior de su pupila azul se ilumino: -Cazaremos venado.

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